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Agroecología y relocalización en tiempos inciertos, discurso de apertura de las XXX Jornadas Técnicas de SEAE

Tiempos inciertos

Incierto es el salario de quien produce y la calidad de la comida que puede permitirse.

Inciertas las noches sin dormir que nos traerá el verano malagueño, especialmente para quien tenga que prescindir del aire acondicionado.

Inciertas las razones por las que tantos movimientos que trabajan por la soberanía alimentaria caminan sin entrelazarse, en ocasiones incluso mirándose con recelo. Incierta la fecha de extinción de los alimentos que desaparecerán de nuestras despensas. Inciertos los nuevos cultivos que ocuparán su lugar.

Inciertas las razones por las que hemos comprado una vida en la que la carga mental nunca es suficiente, una vida en la que sentir un profundo cansancio ha dejado de ser una señal de alarma para parar en seco y replantearnos nuestras rutinas y motivaciones. Estar agotadas es casi un símbolo de estatus.

Incierta es la evolución y repercusión de los debates que cuestionan a las evidencias científicas pero rinden pleitesía a cualquier mensaje viral. Al respecto, podéis visitar el Twitter de AEMET para vivenciar el acoso que han sufrido durante las últimas semanas.

Incierto es quién se está preparando activamente para ayudarnos a sobrellevar todo eso, desde los campos y sus pérdidas de cosecha, hasta el diván de una consulta en la que dejar descansar nuestros miedos por un futuro impredecible sobre el que, a veces, parece que poco o nada podemos hacer. Incierto es qué puede ocurrir si realidades como la ecoansiedad se convierten en el centro de campañas de marketing que nos invitan a cambiar nuestro televisor por uno de economía circular.

Incierto es el posible resultado de enfocarnos en las soluciones cercanas, disruptivas, participativas y experimentales. ¿Qué pasaría si en medio de toda esta incertidumbre nos coordinamos para aprender de ello? ¿Qué pasaría si potenciamos todo lo que ya está ocurriendo?

Relocalizar…

Relocalizar la alimentación, reconocer los rostros de quien produce, saber que cada molécula que consumo valora y sostiene a un proyecto esencial. Ese que trabaja para paliar las incertidumbres. Relocalizar todos los consumos y hacernos fuertes en cada territorio ante las pandemias.

Hace unas semanas una conocida periodista me planteaba el ya transitado discurso de los precios de lo ecológico, una alimentación que no todas podemos permitirnos. Köpskam, la vergüenza de comprar ropa en exceso, o flygskam, la vergüenza de volar, son tendencias en Suecia. ¿Para cuándo un término local que refleje la vergüenza del consumo kilométrico y lleno de agrotóxicos?

Y entre tanta incertidumbre, ¿podemos permitirnos una agricultura ecológica viajera que perpetúe nuestra dependencia de alimentos kilométricos? ¿Podemos permitirnos ignorar las enseñanzas de la permacultura, apostando por un reparto justo de los recursos? ¿O una agricultura eco certificada sin agrotóxicos basada en monocultivos pero que no pretenda regenerar el ecosistema que la sustenta? Cuidado, porque esas posibles discrepancias entre movimientos afines pueden estar dándonos la clave de nuestros puntos de flaqueza, de los lugares que, aún hoy, hacen que el debate se centre en precios frente a salud o en intereses de certificadoras frente a la conservación de la biodiversidad.

Estas XXX jornadas relocalizan los debates, tienden puentes, se hacen cargo de la inminente situación de emergencia climática y de la necesidad de reacción conjunta y entretejida. No queda tiempo para ahondar en qué nos separa, toca sembrar resiliencia por todo lo que nos une.

Y entonces llega la agroecología como forma de respeto a quien se mancha las manos y necesita tierras vivas capaces de hacer frente a temporales y sequías. La agroecología como estudio y divulgación de buenas prácticas, de paisajes biodiversos y comunidades con voz. La agroecología como base para una nutrición que maximiza la salud. La producción ecológica como garantía de los procesos y como espacio de mejora continua para que los certificados aseguren lo que las consumidoras nos atrevamos a exigirles (aviso, para esto también existe SEAE).

La permacultura como herramientas de diseño que van más allá de la producción de alimentos y promueven la toma de decisiones colectivas, la bioconstrucción o las monedas locales, con esa mirada que tan fácil es de olvidar en nuestro estado de estrés normalizado, ¿dónde queda el cuidado de las personas?

La agricultura regenerativa con una visión muy concreta en su apuesta por la cosecha de agua y suelo, extendida, ahora, en el concepto de culturas regenerativas, permeando, incluso, hasta la cultura empresarial.

El veganismo, recordándonos el sinsentido de una alimentación estrictamente carnívora y sirviendo de plataforma para una creatividad sin límites en la gastronomía basada en proteínas vegetales, ¿quién no conoce ya mil formas de cocinar los garbanzos? Humus, brownie, falafel, croquetas, tortilla vegana de patatas y hasta mousse de chocolate.

La ganadería ecológica, protagonista indiscutible de la creación de servicios ecosistémicos, capaz de devolver a nuestra tierra parte de su ya escasa fertilidad.

Agroecología, permacultura, ganadería… también para relocalizar a la población, para enfriar el planeta, para emprender, para sentirnos orgullosas en cada comida, por los vínculos que regeneramos dentro de nuestro cuerpo y alrededor de nuestras vidas. Agroecología para cuestionar al sistema y posibilitar los cambios.

Agroecología y relocalización para tiempos inciertos.

María Vela Campoy